El mito de Aracne: ¿una tejedora arrogante o una mujer valiente?

Aracne no era una diosa ni una noble. No venía de una familia influyente ni tenía privilegios divinos. Era hija de Idmón, un tintorero de lana de Colofón, y de una madre campesina ya fallecida. A pesar de su origen humilde, se ganó el respeto —y la admiración— de toda Lidia gracias a su extraordinario talento: tejer.

Pero, como suele pasar en los mitos, la excelencia trae consigo la envidia de los dioses. La gente comenzó a decir que su habilidad debía haber sido un regalo de la mismísima Atenea, diosa de la sabiduría y las artes. Aracne, molesta por ese comentario, negó con desdén: su talento era suyo, no un don divino.

Vivía en la modesta aldea de Hipepas, pero su fama superó los límites de su pequeño mundo. Incluso las ninfas, según narra Ovidio en Las metamorfosis, abandonaban sus tareas solo para verla trabajar. No solo querían ver sus tapices terminados, sino que quedaban hipnotizadas con el simple acto de verla mover el telar. Era un espectáculo en sí mismo.

Y ahí comenzó su tragedia.

Un día, una anciana apareció ante ella para advertirle: está bien compararse con los humanos, pero nunca desafíes a los dioses. Aracne, sin saber que hablaba con Atenea disfrazada, respondió con arrogancia:

“¡Desvariando vienes a aconsejarme, y acabada por los años: vivir mucho tiempo también es perjudicial! (…) Yo tengo suficiente consejo en mí misma (…) ¿Por qué no viene ella misma? ¿Por qué evita competir conmigo?”

Ante tal desafío, Atenea dejó caer el disfraz y aceptó el reto. El duelo comenzó: una diosa contra una mortal, ambas tejiendo bajo el mismo techo.

Atenea tejió la imagen de los doce dioses del Olimpo en todo su esplendor. En cada esquina de su tapiz representó castigos ejemplares para mortales que habían osado desafiar a los dioses. Su mensaje era claro: la divinidad siempre vence.

Aracne, por su parte, eligió otro enfoque: mostró los errores de los dioses, sus escándalos, sus deseos carnales. Zeus convertido en toro para raptar a Europa, disfrazado de lluvia para poseer a Dánae… Una crítica visual, valiente y certera.

Muchos estudiosos se preguntan si Aracne tejió su obra como provocación o simple expresión artística. Pero lo cierto es que ambas mostraron dos formas opuestas de entender el poder: Atenea desde la gloria de los dioses, Aracne desde la denuncia de su humanidad.

El investigador Álvaro Ibáñez, en su texto “La tela de Aracne” (Hesperia, 2004), plantea que Atenea quiso establecer una narrativa clara entre vencedores y vencidos, entre dioses y humanos. Pero Aracne trastocó esa lógica al mostrar que los dioses, en sus pasiones, también se someten a lo humano. Incluso Atenea estaba ahí, compitiendo con una simple mortal. Entonces… ¿quién era verdaderamente el vencedor?

Cuando la diosa vio el tapiz de Aracne, perfecto e irrefutable, su orgullo estalló. No pudo soportarlo. Rompió la obra con furia y golpeó a la joven con su lanzadera. Humillada y desesperada, Aracne intentó colgarse. Atenea, al verla, no la dejó morir: le “concedió” una existencia eterna, colgando y tejiendo para siempre. La roció con jugo de acónito y la transformó en la primera araña.

Muchos dirán que Aracne fue castigada por arrogante, que se atrevió a desafiar a los dioses y pagó el precio. Pero… ¿realmente fue soberbia, o simplemente una mujer talentosa que se negó a ceder su mérito a otro?

¿No fue, en el fondo, una victoria silenciosa? A pesar de su castigo, siguió haciendo lo que amaba: tejer. Incluso venció a una diosa con su arte.

¿Y tú? ¿Crees que Aracne fue una víctima, una heroína, o simplemente una advertencia?

Bibliografia:

Ovidio. (2001). Las metamorfosis (F. Socas, Trad.). Cátedra. (Obra original publicada en el año 8 d.C.)

Ibáñez Chacón, Á. (2004). La tela de Aracne: sobre un exemplum mythologicum en La manzana de la discordia y robo de Helena de Antonio Mira de Amescua y Guillén de Castro. Hesperia: Anuario de Filología Hispánica, 7, 231–249. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=998321

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